"Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos."
Hebreos 13: 8
Mis hermanos y hermanas: Necesitamos tener delante de nosotros el ejemplo de la perfección de Cristo. Cuando permitimos que nuestras mentes se concentren en las imperfecciones de los demás, nuestras propias almas se contaminan con la levadura del mal.
Al tratar de presentar al mundo la verdad para este tiempo, enfrentaremos muchas dificultades, pero si mantenemos el corazón y la mente fijos en el precioso Salvador y hablamos de su amor y su poder, las perplejidades pasarán y nos sentiremos felices con la seguridad del amor del Señor. No dependemos del mundo y sus veleidades. Aquel en quien mora la plenitud de la divinidad corporalmente; y en quien se halla oculta la sabiduría y el conocimiento, es la corona de nuestro regocijo, nuestra paz, nuestro poder, nuestra satisfacción. Regocijémonos, entonces, no importa qué ocurra, tanto fuera como dentro de nosotros.
Debemos obtener esa medida de la gracia de Cristo que ha de capacitarnos para morar juntos en amor y unidad en esta vida, pues en caso contrario no podremos morar juntos en la vida venidera. Estoy tratando de mostrar a nuestros hermanos la necesidad de la unidad por la cual Cristo oró. El alma debe poseer plenamente el poder y la autoridad de la Palabra de Dios. Cristo, el ejemplo perfecto, siempre está delante de nosotros. Debemos buscar en él la gracia y el poder para vencer cada falta.
Debemos estar listos para el gran día de Dios al poner en práctica cotidianamente en nuestra vida los principios perfectos que nos presentó Cristo mediante su existencia. Nos ha llamado para que seamos sus representantes. Somos hijos de Dios. Mediante la adopción espiritual hemos llegado a ser sus hijos e hijas. Debemos vivir de acuerdo con su voluntad para representarlo mediante nuestra vida y nuestro carácter.
La perfecta conformidad con la voluntad de Dios es la condición a partir de la cual se nos da la vida eterna. . . Dios los bendiga, mi hermano y mi hermana, y los guíe por medio del conocimiento de su Palabra hasta que lleguen a tener una perfecta comprensión de su voluntad con respecto a ustedes.
( Carta 96 , del 29 de diciembre de 1911, dirigida al Hno. J. J. Gravelle y Sra., miembros de iglesia de Dakota del Norte).