Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados,
contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo,
sino huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
Efesios 6:12
Desde que vine a esta reunión [el congreso bienal de la Unión del Pacífico], he
pasado por una experiencia extraña. Cierto día, después de presentarme ante el
congreso para leerles algo, la carga que me oprimía el alma continuó
manifestándose después de regresar a mi habitación. Me sentía angustiada. Esa
noche no pude conciliar el sueño. Me pareció que los ángeles malignos estaban en
la misma habitación donde yo me encontraba. Y mientras sufría mentalmente me
pareció que estaba sufriendo al mismo tiempo un gran dolor corporal. Mi brazo
derecho, que por años ha sido preservado casi siempre de enfermedades y
sufrimientos, parecía no tener fuerza. No lo podía levantar. Después me
sobrevino un dolor fuerte y casi insoportable en el oído; a continuación un
dolor terrible en la mandíbula. Tuve ganas de gritar. Pero seguí diciendo:
"Señor, tú lo sabes todo".
Mi angustia era total. Tenía la impresión de que el cerebro y cada órgano de mi cuerpo padecía algún dolor. Quise levantarme y pensé: "No me quedaré aquí ni un instante más". Pero acto seguido reflexioné: "Lo único que conseguirás será despertar a los que están en la casa, y tampoco podrán hacer nada por ti". De manera que me mantuve con la vista fija en el Señor, mientras decía: "Señor, tú sabes todo lo concerniente a mi dolor". El sufrimiento continuó, a veces en la mandíbula, otras en el cerebro, y otras en los diversos miembros del cuerpo, casi hasta el amanecer. Poco antes que amaneciera me quedé dormida y descansé por espacio de una hora.
Mi brazo está bien esta mañana. Había legiones de ángeles malos en esa habitación, y si no me hubiera aferrado por fe al Señor, no sé qué hubiera sido de mí.
He comenzado a recibir luz en el sentido de que a menos que tengamos manifestaciones más evidentes del Espíritu de Dios y mayores demostraciones del poder divino entre nosotros, muchos de los miembros del pueblo de Dios serán vencidos. Vendrán instrumentos satánicos, como en mi caso. Pero no podemos ceder ante la fuerza del enemigo.
Hermanos: Dios nos está hablando en serio.
Mi angustia era total. Tenía la impresión de que el cerebro y cada órgano de mi cuerpo padecía algún dolor. Quise levantarme y pensé: "No me quedaré aquí ni un instante más". Pero acto seguido reflexioné: "Lo único que conseguirás será despertar a los que están en la casa, y tampoco podrán hacer nada por ti". De manera que me mantuve con la vista fija en el Señor, mientras decía: "Señor, tú sabes todo lo concerniente a mi dolor". El sufrimiento continuó, a veces en la mandíbula, otras en el cerebro, y otras en los diversos miembros del cuerpo, casi hasta el amanecer. Poco antes que amaneciera me quedé dormida y descansé por espacio de una hora.
Mi brazo está bien esta mañana. Había legiones de ángeles malos en esa habitación, y si no me hubiera aferrado por fe al Señor, no sé qué hubiera sido de mí.
He comenzado a recibir luz en el sentido de que a menos que tengamos manifestaciones más evidentes del Espíritu de Dios y mayores demostraciones del poder divino entre nosotros, muchos de los miembros del pueblo de Dios serán vencidos. Vendrán instrumentos satánicos, como en mi caso. Pero no podemos ceder ante la fuerza del enemigo.
Hermanos: Dios nos está hablando en serio.
(
Manuscrito 25 , del 28 de enero de 1910, "Un mensaje a los obreros reunidos en
el congreso de la Unión del Pacífico").
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