Y Jehová va delante de ti, él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni
te intimides. Deuteronomio 31: 8.
Nada en este mundo, ni los favores o
placeres terrenales, puede ocupar el lugar de la presencia y el favor de Dios.
Sin él como nuestro amigo y nuestra porción, ciertamente estamos solos. Podemos
tener muchos otros amigos, pero jamás podrán ser para nosotros lo que es Cristo.
Los que desean encontrar perdón para sus pasadas transgresiones deben
acudir a Cristo tal como están y decirle: "Señor, aunque he sido comprado por
precio y soy propiedad tuya, en lo pasado no he querido entregarme a ti. Ahora
reconozco que no me pertenezco y que no puedo hacer conmigo mismo lo que me
complace. Tómame como estoy, una criatura pobre y pecadora, y límpiame de todo
pecado y pon mi pecado sobre ti mismo. No lo merezco, pero tú eres el único que
me puede salvar. Quita mi pecado y dame tu justicia. No quiero vivir en pecado
un sólo día más. Impárteme tu justicia y guárdame de toda transgresión de tu
santa ley".
No limite usted al Santo de Israel. Albergue el deseo de ver
más manifestaciones de su amor, para que pueda lograr que otros adquieran el
conocimiento de su bondad. . .
El Señor ha prometido mediante la
garantía de su gloriosa perfección que los que lo busquen con humildad de
corazón, confesando sus pecados, descubrirán que es precioso para sus almas.
Pero los que no quieren obedecer, por temor de desagradar a sus amigos
terrenales, no pueden ser amigos de Dios.
Obedezca, obedezca por causa
de Cristo y por causa de su propia alma. Obedezca lo que su conciencia le dice
que es verdad. Acepte la gracia y la justicia de Cristo. Dios lo está invitando
tiernamente con estas palabras: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mateo 11: 28-30). Si rechaza
la invitación al arrepentimiento, a la libertad del pecado, el gran día de Dios
lo encontrará sin esperanza, desamparado, desobediente y transgresor de su ley.
No podrá darle entonces un lugar en su reino. Dios le ayude a acudir ahora
mismo, es mi oración.
( Carta 80 , del 24 de mayo de 1900, a un hermano de
Australia).
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