El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará
misericordia." Proverbios 28: 13.
Por un manto babilónico y un miserable tesoro de oro y plata, Acán consintió en
venderse al mal, para acarrear sobre su alma la maldición de Dios, malograr su
acceso a una rica posesión en Canaán y perder toda posibilidad de participar en
el futuro de la herencia inmortal en la tierra nueva.
Tan grande fue su
osadía y testarudez que hasta el último momento Josué temió que sostuviera su
inocencia, para obtener la simpatía de la congregación e induciría a deshonrar a
Dios. No habría confesado si no hubiera esperado que al hacerlo podía evitar las
consecuencias de su delito. Esta esperanza le sugirió su aparente sinceridad al
reconocer su falta y al dar los detalles relativos a su pecado. De esa manera
confesarán los culpables sus pecados cuando comparezcan condenados y sin
esperanzas ante el tribunal de Dios, cuando cada caso hay sido decidido para
vida o para muerte. Las confesiones hechas entonces serán demasiado tardías para
salvar al pecador.
Hay muchos profesos cristianos cuyas confesiones son
semejantes a la de Acán. Desean, en general, reconocer su indignidad, pero no
quieren confesar los pecados que gravitan sobre su conciencia, y que han
contribuido a que Dios esté enojado con su pueblo. Así muchos ocultan pecados de
egoísmo, abuso, deshonestidad hacia Dios y su prójimo, pecados en el seno de la
familia, y muchos otros que corresponde confesar en público.
El
arrepentimiento genuino proviene de una comprensión del carácter ofensivo de
pecado. Estas confesiones generales no son el fruto de una verdadera contrición
ante Dios. Dejan que el pecador, lleno de un espíritu de complacencia propia,
siga adelante como en lo pasado, hasta que su conciencia se endurece, y las
amonestaciones que antes lo alarmaban apenas producen una impresión de peligro,
y después de un tiempo su conducta pecaminosa les parece normal. Demasiado tarde
sus pecados los alcanzarán, en el día cuando no puedan ser expiados ni con
sacrificios ni con ofrendas. Hay una enorme diferencia entre admitir ciertos
hechos después de haber sido probados, y la confesión de pecados conocidos
solamente por nosotros y Dios.
( Signs of the Times , 5 de mayo de 1881).
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