Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración
y ruego, en ayuno, cílicio y ceniza. Y oré a Jehová mi Dios
e hice confesión. (Daniel 9:3,4)
El ejemplo de Daniel de oración y confesión se ha dado para nuestra instrucción
y ánimo... Daniel sabía que casi había terminado el tiempo del cautiverio de
Israel; pero no creía que porque Dios había prometido libertarlos, ellos mismos
no tuvieran que hacer su parte. Buscó al Señor con ayuno y contrición,
confesando sus propios pecados y los de su pueblo...
Daniel no pide nada basándose en sus propios méritos, sino que dice: "Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias". La intensidad de su deseo lo torna ferviente: "Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo" " (Daniel 9:18,19) ...
¡Qué oración notable es ésta que fue pronunciada Por los labios de Daniel! ¡Cuánta humildad de alma revela! En las palabras que ascendían a Dios se advertía el calor del fuego celestial. El Cielo contestó esa oración enviando su mensajero a Daniel. En nuestros días, las oraciones que se ofrezcan en esta misma forma prevalecerán con Dios. "La oración eficaz del justo puede mucho" (Santiago 5:16). Así como en la antigüedad descendió fuego del cielo cuando se ofreció una oración, y consumió el sacrificio que estaba sobre el altar, así también el fuego celestial descenderá a nuestras almas cómo respuesta a nuestras oraciones... El Dios que escuchó la oración de Daniel escuchará las nuestras cuando acudamos a él arrepentidos. Nuestras necesidades son tan urgentes como las del profeta, nuestras dificultades son tan grandes como las suyas, y necesitamos tener su misma firmeza de propósito, y echar con fe nuestra carga sobre el gran Portador de las cargas.
Daniel no pide nada basándose en sus propios méritos, sino que dice: "Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias". La intensidad de su deseo lo torna ferviente: "Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo" " (Daniel 9:18,19) ...
¡Qué oración notable es ésta que fue pronunciada Por los labios de Daniel! ¡Cuánta humildad de alma revela! En las palabras que ascendían a Dios se advertía el calor del fuego celestial. El Cielo contestó esa oración enviando su mensajero a Daniel. En nuestros días, las oraciones que se ofrezcan en esta misma forma prevalecerán con Dios. "La oración eficaz del justo puede mucho" (Santiago 5:16). Así como en la antigüedad descendió fuego del cielo cuando se ofreció una oración, y consumió el sacrificio que estaba sobre el altar, así también el fuego celestial descenderá a nuestras almas cómo respuesta a nuestras oraciones... El Dios que escuchó la oración de Daniel escuchará las nuestras cuando acudamos a él arrepentidos. Nuestras necesidades son tan urgentes como las del profeta, nuestras dificultades son tan grandes como las suyas, y necesitamos tener su misma firmeza de propósito, y echar con fe nuestra carga sobre el gran Portador de las cargas.
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