He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores,
y como los ojos de la sierva a la mano de su señora, así nuestros ojos miran
a Jehová nuestro Dios, hasta que tenga misericordia de nosotros. (Salmos 123:2)
Los hijos de Dios deberían cultivar una aguda sensibilidad para el pecado... Una
de las invenciones más exitosas de Satanás consiste en inducir a los hombres a
cometer pecaditos, en cegar su mente al peligro de transigir en las cosas
pequeñas, en hacer Pequeñas digresiones de los claros requerimientos de Dios.
Muchos que se estremecerían de horror ante la idea de cometer grandes
transgresiones, son inducidos a considerar el pecado en las cuestiones pequeñas
como de poca importancia. Pero estos pecaditos carcomen la vida en el alma. Los
pies que entran en una senda que se aparta del camino correcto van hacia el
camino ancho que termina en muerte...
Dios pide que le demostremos
nuestra lealtad prestándole una obediencia indiscutible. Al decidir acerca de
una conducta, no deberíamos preguntar únicamente si producirá algún daño, sino
también si contraría la voluntad de Dios. Debemos aprender a desconfiar del yo y a confiar enteramente en la dirección y el apoyo de Dios; debemos pedir el conocimiento de su voluntad fuerza para realizarla. Debemos estar más en comunión con Dios. Nuestra única seguridad consiste en orar en secreto, orar mientras trabajamos, orar mientras caminamos, orar en la noche, tener los pensamientos siempre elevados hacia Dios... Así fue como nuestro Ejemplo obtuvo fuerza para recorrer el espinoso camino que lo condujo desde Nazaret hasta el Calvario.
Cristo, el Inmaculado, sobre quien se derramó el Espíritu Santo sin medida, reconoció constantemente su dependencia de Dios, y buscó renovada provisión de la fuente de poder y sabiduría. Cuánto más los seres finitos y falibles deberían sentir esta necesidad de ayuda divina.
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