Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe.
(Lucas 17:5)
Hay que cultivar la fe. Si se ha debilitado, es semejante a una planta enferma
que debería colocarse al sol y regarse y cuidarse esmeradamente. El Señor quiere
que todos los que han recibido luz y evidencia disfruten de esa luz y anden
iluminados por ella. Dios nos ha dado la facultad del razonamiento para que
investiguemos desde la causa al efecto. Si queremos tener luz, debemos ir a la
luz. Debemos confiar individualmente en la esperanza puesta ante nosotros en el
Evangelio... Cuán necio sería ir a un sótano y lamentarse porque se está en
tinieblas. Si queremos luz, debemos subir a una habitación más alta. Tenemos el
privilegio de ir a la luz, de ir ante la presencia de Dios.
Deberíamos aumentar diariamente nuestra fe para crecer hasta alcanzar la plena medida de la estatura espiritual en Cristo Jesús. Deberíamos creer que Dios contestará nuestras oraciones, y no confiar en los sentimientos. Deberíamos decir: Mis sentimientos sombríos no son evidencia de que Dios no me ha escuchado. No quiero dejar de luchar a causa de estas tristes emociones porque "la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1). El arco de la promesa rodea el trono de Dios. Voy al trono mirando hacia esa señal de la fidelidad de Dios, y disfruto de la fe que obra por amor y purifica el alma.
No debemos creer porque sentimos o vemos que Dios nos oye. Debemos confiar en la promesa de Dios. Debemos realizar nuestras ocupaciones creyendo que Dios cumplirá lo que ha prometido, y que recibiremos las bendiciones que hemos pedido en oración cuando más necesarias sean. Todos nuestros ruegos llegan al corazón de Dios cuando acudimos a él creyendo. No tenemos fe suficiente. Deberíamos pensar en nuestro Padre celestial como más dispuesto a ayudarnos de lo que un padre terrenal está dispuesto a ayudar a su hijo.
Deberíamos aumentar diariamente nuestra fe para crecer hasta alcanzar la plena medida de la estatura espiritual en Cristo Jesús. Deberíamos creer que Dios contestará nuestras oraciones, y no confiar en los sentimientos. Deberíamos decir: Mis sentimientos sombríos no son evidencia de que Dios no me ha escuchado. No quiero dejar de luchar a causa de estas tristes emociones porque "la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1). El arco de la promesa rodea el trono de Dios. Voy al trono mirando hacia esa señal de la fidelidad de Dios, y disfruto de la fe que obra por amor y purifica el alma.
No debemos creer porque sentimos o vemos que Dios nos oye. Debemos confiar en la promesa de Dios. Debemos realizar nuestras ocupaciones creyendo que Dios cumplirá lo que ha prometido, y que recibiremos las bendiciones que hemos pedido en oración cuando más necesarias sean. Todos nuestros ruegos llegan al corazón de Dios cuando acudimos a él creyendo. No tenemos fe suficiente. Deberíamos pensar en nuestro Padre celestial como más dispuesto a ayudarnos de lo que un padre terrenal está dispuesto a ayudar a su hijo.
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