Sabemos que todo aquél que ha nacido de Dios, no practica el pecado,
pues Aquél que fue engendrado por Dios le guarda,
y el maligno no le toca. (1 Juan 5:18)
Muchos dejan de reconocer el derecho que Dios tiene sobre ellos. Profesan ser
hijos e hijas de Dios, pero no se comportan como hijos de Dios. Afirman que sus
malos hábitos y costumbres que practicaban cuando servían bajo la bandera negra
del príncipe de las tinieblas, deben excusarse a causa de su debilidad, y dicen
que ésa es su "manera de ser"... Prefieren retener como ídolos los rasgos
hereditarios objetables de carácter.
Cuando un alma se ha convertido cabalmente, los malos hábitos naturales desaparecen con la ayuda de Cristo, y todas las cosas son hechas nuevas. Entre los que profesan ser siervos de Cristo, debería existir un ferviente propósito, tal como el que manifestó Daniel en la corte de Babilonia. Sabía que Dios era su fortaleza y su escudo, su vanguardia y su retaguardia. Entre las corrupciones que lo rodearon en la corte de Babilonia, se mantuvo libre de las imágenes y los sonidos que podían seducirlo y hacerlo caer en la tentación. Cuando sus deberes requerían que estuviera presente en escenas de orgía, intemperancia y la más baja idolatría, cultivó el hábito de orar silenciosamente, y así lo protegió el poder de Dios. Tener la mente elevada hacia Dios será beneficioso en todo tiempo y lugar...
Que el alma cultive el hábito de contemplar al Redentor del mundo... Vosotros que leéis estas líneas, ¿queréis decidir que nunca más procuraréis excusar vuestros defectos de carácter diciendo "es mi manera de ser"? Que nadie diga: "No puedo cambiar mis hábitos y tendencias naturales". Hay que permitir que la verdad penetre en el alma, porque así realizará la santificación del carácter. Refinará y elevará la vida y os preparará para las mansiones celestiales.
Cuando un alma se ha convertido cabalmente, los malos hábitos naturales desaparecen con la ayuda de Cristo, y todas las cosas son hechas nuevas. Entre los que profesan ser siervos de Cristo, debería existir un ferviente propósito, tal como el que manifestó Daniel en la corte de Babilonia. Sabía que Dios era su fortaleza y su escudo, su vanguardia y su retaguardia. Entre las corrupciones que lo rodearon en la corte de Babilonia, se mantuvo libre de las imágenes y los sonidos que podían seducirlo y hacerlo caer en la tentación. Cuando sus deberes requerían que estuviera presente en escenas de orgía, intemperancia y la más baja idolatría, cultivó el hábito de orar silenciosamente, y así lo protegió el poder de Dios. Tener la mente elevada hacia Dios será beneficioso en todo tiempo y lugar...
Que el alma cultive el hábito de contemplar al Redentor del mundo... Vosotros que leéis estas líneas, ¿queréis decidir que nunca más procuraréis excusar vuestros defectos de carácter diciendo "es mi manera de ser"? Que nadie diga: "No puedo cambiar mis hábitos y tendencias naturales". Hay que permitir que la verdad penetre en el alma, porque así realizará la santificación del carácter. Refinará y elevará la vida y os preparará para las mansiones celestiales.
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