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"Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan" PROVERBIOS 8:17

Es tiempo de que seamos más intensos en nuestra devoción.
E.G.W. "Recibiréis Poder" 22 de Octubre

6 de abril de 2012

A DIOS POR INTERMEDIO DE CRISTO


Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta
a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra
de la reconciliación. (2 Corintios 5:19)

A través de todas las páginas de la historia sagrada, a donde está registrada la relación de Dios con su pueblo escogido, hay huellas vivas del gran YO SOY... En todas estas revelaciones de la presencia divina, la gloria de Dios se manifestó por medio de Cristo. No solo cuando vino el Salvador, sino a través de todos los siglos después de la caída del hombre y de la promesa de la redención, "Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo a sí" (2 Corintios 5:17).
   Cristo era el fundamento y el centro del sistema de sacrificios, tanto en la era patriarcal como la judía. Desde que pecaron nuestros primeros padres, no ha habido comunicación directa entre Dios y el hombre. El Padre puso al mundo en manos de Cristo para que por su obra mediadora redimiera al hombre y vindicara la humanidad y santidad de  la ley divina. Toda comunicación entre el cielo y la raza caída se ha hecho por medio de Cristo. Fue el hijo de Dios quien dio a nuestros primeros padres la promesa de la redención.
   Fue él quien se revelo a los patriarcas. Adán, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob y Moisés comprendieron el evangelio. Buscaron la salvación por medio del sustituto y garante del ser humano...
   El solemne servicio del santuario representaba las grandes verdades que habían de ser reveladas a través de las siguientes generaciones. La nube de incienso que ascendía con las oraciones de Israel representaba su justicia, que es lo único que puede hacer aceptable ante Dios la oración del pecador; la victima sangrante en el altar del sacrificio daba testimonio del Redentor que había de venir; y el lugar santísimo irradiaba la señal visible de la presencia divina. Así, a través de los siglos y siglos de tinieblas y apostasía la fe se mantuvo viva en los corazones humanos. (Patriarcas y Profetas, paginas 381-383).