No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las cosas que no se ven son eternas. (2 Corintios 4:18)
Satanás se ha esforzado continuamente por eclipsar las glorias del mundo
venidero y atraer toda la atención a las cosas de esta vida. Ha procurado
arreglar las cosas de modo que nuestro pensamiento, nuestra ansiedad, nuestro
trabajo se enfoquen plenamente en las cosas temporales, para que no veamos ni
comprendamos el valor de las realidades eternas. El mundo y sus cuidados ocupan
un lugar demasiado grande, mientras que Jesús y las cosas celestiales disponen
de una porción demasiado pequeña de nuestros pensamientos y afectos. Debiéramos
cumplir concienzudamente con todos los deberes de la vida de todos los días,
pero también es esencial que cultivemos, por encima de todo lo demás, el sagrado
afecto hacia nuestro Señor Jesucristo.
La perspectiva de las cosas celestiales no incapacita a los hombres y mujeres para las cosas de esta vida, sino por el contrario los hace más eficientes y fieles. Aunque las majestuosas realidades del mundo eterno parecen cautivar la mente, captar la atención y arrebatar todo el ser, sin embargo, con la iluminación espiritual vienen una calma y diligencia de procedencia celestial que capacitan al cristiano para hallar placer en la realización de los deberes comunes de la vida...
La contemplación del amor de Dios, manifestado en el don de su Hijo para la salvación de los hombres caídos, conmoverá el corazón y despertará las facultades del alma como no lo puede hacer otra cosa. La obra de la redención es maravillosa, es un misterio del universo de Dios...
Si nuestros sentidos no han sido embotados por el pecado y por la contemplación del cuadro oscuro que Satanás nos presenta constantemente, un raudal de gratitud, ferviente y continuo, emanará de nuestro corazón hacia Aquel que diariamente nos colma con beneficios de que somos completamente indignos.