Porque el amor de Cristo nos constriñe. (2 Corintios 5:14)
Debiéramos procurar representar a Cristo en cada acto de la vida cristiana:
procurar hacer que su servicio parezca atractivo. Nadie haga que la religión sea
repulsiva mediante lamentos, suspiros y el relato de sus pruebas, sus
desprendimientos y sacrificios. No deis un mentís a vuestra profesión de fe por
vuestra impaciencia, enojo y descontento. Manifiéstense las gracias del Espíritu
en forma de bondad, mansedumbre, tolerancia, alegría y amor. Véase que el amor
de Cristo es un motivo perdurable; que vuestra religión no es una vestimenta que
se puede sacar o poner de acuerdo con las circunstancias, sino un principio
tranquilo, firme, inmutable. ¡Con dolor afirmo que el orgullo, la incredulidad y
el egoísmo, como un inmundo cáncer, están minando la piedad vital del corazón de
más de un profeso cristiano! Cuando se los juzgue de acuerdo con sus obras,
cuántos aprenderán, demasiado tarde, que su religión no fue sino un reluciente
engaño, no reconocido por Jesucristo.
El amor a Jesús se verá, se sentirá. No se puede ocultar. Ejercer un poder admirable. Hace osado al tímido, diligente al perezoso, sabio al ignorante. Hace elocuente la lengua tartamuda, y despierta a nueva vida y vigor al intelecto dormido. Da esperanza al desalentado, gozo al melancólico. El amor a Cristo inducirá a su poseedor a aceptar responsabilidad a causa de Cristo y a llevarla con la fortaleza de Jesús. El amor a Cristo no desmayará ante las tribulaciones, ni se apartará del deber debido a los reproches.
El amor puro actúa sencillamente, y no reconoce otro motivo. Cuando se combina con los motivos terrenales y los intereses egoístas, deja de ser puro. Dios considera más el amor con que trabajamos, que la cantidad que hacemos. El amor es un atributo celestial. El corazón natural no lo pueden originar. Esta planta celestial florece únicamente donde Cristo reina supremo.